sábado, 27 de diciembre de 2014

23 de diciembre: Solsticio de ¿verano?




En todo el hemisferio sur es verano hace 2 días. Nosotros estábamos en la plaza, vendiendo verdura de la huerta orgánica (detallaré en breves instantes), y el verano simplemente no llegó. Y está ahí, que sí, que no, que lluvia, que viento, que piedra, papel o tijera. Ya llegará, decimos. En enero va a hacer calor, nos repetimos como mantra, a ver si se nos da. Al final, el peor miedo debería ser que en el verano haga calorcito, no el frío del invierno. El blog, entonces, debería ser: bancarse el primer verano (frío).
Pero no nos quejamos: hay más lluvias y eso significa que no hay que regar el bosque nativo como ridículos (les recuerdo, 140 árboles – de los cuales debe haber 100 vivos, aprox), que el centeno creció como 2 metros, que todo el verde dura más (y el amarillor llega más tarde). Menos incendios, etc.
Entonces, verano: teníamos un plan que era, para esta época, estar vendiendo cajones de verdura orgánica, pero no contábamos con los tiempos sureños: todo va más despaciiiito, las verduritas crecen de a poquito. Deliciosas, pero tranquilitas. Parece que duermen la siesta y todo. Bueno, cuestión: definimos que NO íbamos a vender verdura este año porque hay poca variedad, no llegamos con los tiempos, y bueno, tenemos que empezar a conocer el rubro. Pero zaz, tenemos mucha (MUCHA) lechuga de varios tipos y se nos iban a ir a flor… dijimos: vamos a la Feria de la plaza y vendamos lo que podamos. El resto nos lo comemos y chau. Bajamos con los cajones, nos instalamos a la sombra (porque aunque no haga calor, el sol pega de lo lindo y a las delicadas lechuguitas no les gusta tanto rayo de sol) y fue decir “ya” que empezó a caer gente y vendimos todo en menos de media hora. Tom y Colo salieron a buscar más y volvieron y seguimos vendiendo todo. Conclusión: los huerteros se van a poner un stand en la Feria de los domingos, así que ya saben: el que quiera verdura orgánica, que se de una vuelta.
Otras cuestiones del verano patagónico: el largor de los días. El sol se pone alrededor de las 21 y hay luz hasta las 22. A la mañana no sabía decirles (por razones obvias). La cuestión es que las gallinas se emocionan con el día y salen tempranito y empiezan a hacer cualquiera: claro, como en el gallinero está Maca con sus tres pollitos (Júpiter, Black Sabbath y… -no tiene nombre aun) y dos de trillizas empollando, Raimundo y su harem decidieron vivir afuera a lo loco – y ni volver al gallinero para poner huevos. Detalle a tener en cuenta: los pastizales en verano están largos – sobre todo en veranos como este, que tuvo una primavera húmeda. Cicutas de 2,5 metros. Y ese es el escondrijo por excelencia del grupete emplumado: túneles de tamaño perfecto y excelente spot para poner huevos y que no le sirvan a NADIE. I-de-al, piensan ellas. Malísimo, opinamos nosotros. Entonces, tras horas de búsqueda infructuosa y CERO resultados, aplicamos correctivo: encierro por 4 días. Pero zaz, tiro por la culata: las gallinas ponen los huevos en los canastos donde las otras están empollando! Así que calzarse los guantes, bancarse picotadas, marcar los huevos y sacar los que no están marcados. Hasta que nos dimos cuenta que si ponemos huevos en los otros canastos, las gallinas ponen los nuevos ahí. Psicología polluna 1.0.
Y empezamos con la temporada de riego. No voy a ahondar, pero sepan que todavía tenemos un bosque nativo joven y son cerca de 100 árboles y hay que regarlos. Hoy me llevé una sillita, un café con leche, un libro y una alarma: cada 20 minutos cambio la manguera. Y el resto, leo. Aprovechamiento del tiempo absoluto.
Ahora sí, a prepararse para el pasaje de año. Se comenta por ahí que va a estar bueno. ¡Chin-chon!





lunes, 1 de diciembre de 2014

24 de noviembre: hacer una feria de libros en el campo (o fracasar estrepitosamente)




Hace un tiempo lo venía pensando: por algún lado hay que empezar. Si quiero poner una librería en unos años, puedo hacer pequeñas movidas de feria con los libros de la editorial. Participé del día del libro en una escuela, participé de la feria del libro de Trevelin… y me envalentoné. Le escribí a una editorial de Buenos Aires y les dije, “miren, yo vivo acá, al final del mapa donde no llega ni un libro interesante, quieren mandarme así los vendo en ferias?”. Y dale, me dijeron. Y me mandaron. Y ahí ya no había vuelta atrás. Entonces me organicé dos tardes de feria de libros: lunes (hoy), feriado nacional y mañana, martes, feriado en Trevelin (se festeja la llegada de los galeses al valle) de 16 a 20. Genial.
A las  15 lo mandé a Tomi a cortarme el pasto (un poco sobre el pucho, pero es cosa de amateur), me puse a hacer una buena selección de libros que dé con el entorno rural (¿?). Sacamos mesas, sillas, tablones. Distribuí los libros de manera tal que tuvieran una coherencia (cómo me gusta acomodar libros, por favor). Puse todo lindo-lindo. Incluso puse un sector de libros de permacultura, techos verdes, construcción con barro, toda la movida, para que hubiera variedad.
Terminamos con todo a las 16.30 aprox. Pensé: “bien, suerte que no llegó nadie todavía”. Y me senté ahí, con un mate, a tejer mientras llegaba el primer lector interesado. Y esperé. Y esperé. Y vino Tom (estaba haciendo de las suyas en su carpintería) y tomamos unos mates y le dije “no viene nadie” y me dijo “no creo que venga nadie”. Y me frustré un poco, pero no bajé los brazos. Tom agregó: “es importante que lo hagas igual. Quizás la próxima en el pueblo – llegar acá no es exactamente fácil”. Y no. Seguí tejiendo. Llegó una camioneta, me puse feliz, me preparé para recibir a alguien que no conocía y todo. Cuando volví a mirar, la camioneta estaba dando la vuelta y yéndose al pueblo. Zaz, dije, de tanto pastizal no se ve nada y se pensó que la feria está suspendida o algo. Le conté a Tom. “Armemos un cartel.” Buen plan: “Feria de libros --->” y fuimos a colgarlo. En eso nos encontramos con los nuevos vecinos, unos italianos buena onda que están encontrando su destino en Trevelin (ese je ne sais quoi que tiene este lugar, vio?) y nos pusimos a charlar, y nos invitaron a tomar mate y dijimos “y dale, si no va a venir nadie”. Mate va, mate viene, que Milán, que Argentina, que Ajo y Paprika y de repente me pongo las pilas y escucho que pasa un auto por la puerta. Miro a Tom: “llegó alguien”. Salgo, miro a lo lejos (nuestra casa no es exactamente cerca de la casa del vecino – las distancias que se manejan en la Patagonia son extensas por decir algo) y veo que ya había un auto y estaba llegando el segundo. Ah buah, pensé, estoy quedando para la mona con mis queridos lectores. Y ahí me puse a correr como loca desesperada, no sea que se aburran y se vayan los tres escasos interesados del pueblo…
Llego, ahí están Paz y Fer, Lino y Coral. Llegando: Simón y Lucía, Fran y Lola. Dos hermosas familias con avidez. Les digo: “disculpen, venía lenta la cosa y me fui a tomar mates con los vecinos.” Paz me dice: “Ah, pensábamos que son tan hippies y confianzudos que era auto-service" y después, reafirmó lo que veníamos pensando: "Es importante que lo hagas. La próxima te ofrezco mi casa para una venta de libros”. Y ahí se agarró el Vinicius de Moraes. Y Fer se puso a buscar y se agarró un Plante. Y Lino se copó con otro Pinzón. Y la familia de Simón y Lucía y Lola y Fran se llevaron a Rosa-Luna y los lobos. Pero la cosa no fue tan llana: en eso llegó Tom con los italianos y la canadienses y se pusieron a ver los libros y una cosa llevó a otra, que si el pasto largo, que la canchita, que los arcos, “uh, yo tengo pelota” y arrancó el partido. Así nomás, como quien no quiere la cosa, la feria del libro devino partido de futbol en un atardecer patagónico. Imprevisibilidades de la zona, será.  










y acá van unas del lago, para que vean que acá la vida es amable:









sábado, 11 de octubre de 2014

8 de octubre: Wir haven Frambeusen




Una cosa nada que ver con la otra: el título, en falso alemán porque lo escribo desde Frankfurt, es sobre las frambuesas patagónicas. Tras 3 días y medio de trabajo intenso (en realidad fueron más, porque Tom estuvo armando camellones, poniendo naylon “mulchin”, armando sistemas de riego y varios etcs más), de estar arrodillados, a sol y lluvia (literal: durante las jornadas frambueseras, llovía y salía el sol cada 10 minutos), con palita de mano y una lata de duraznos en almíbar (para hacer los círculos en el naylon, donde van plantadas las frambuesas). Trabajo a repetición y en grandes cantidades: más de mil plantas de frambuesas y alrededor de 90 plantas de moras. Cada camellón terminado era una gloria: pero faltaban los otros 9. Los 8, 7, 6. Y de repente fueron 2 y 1. Y terminamos y se sintió increíble, me sentí la campesina más grosa de todas, con las uñas bien embarradas (de esos embarres que no salen ni con una ni con dos y quizás ni tres cepilladas de uña), la ropa sucia, la nariz con tierra, el pelo duro. La maravilla del trabajador rural esporádico (porque no se lo dedico a nadie por un largo tiempo – la espalda sabés cómo te queda…).
Así fue que de repente en el terreno no sólo hay una huerta que crece todos los días y se prepara para ser cooperativa de verdura orgánica sino que además hay plantación grosa de “fruta fina” (los neo rurales no podían pensar en hacer otra cosa que cosas finas). Y como llegamos justos con el tiempo (terminamos el transplante el 20 de septiembre, durante una primavera llamativamente temprana), ping pang, a la semana ya estaba todo brotado y con hojitas mini que simpáticamente decían “hola qué tal, yo soy frambuesa ruby” (así se llama una de las variedades).
Y encima los tres o cuatro días siguientes llovieron y regaron todo con aguita de la más linda que es la del cielo. Y Die, que vino de visita, zafó de agacharse y machacar con la palita y todo eso. En vez nos preparó unos buenos Bloody marys de la victoria. Chín chín.
Y así fueron esas últimas semanas de septiembre que son como un inicio: frambuesas, primavera, Rosh a shaná (ah, sí, porque la colectividad trevelinense está que arde), Bloody mary (que no sé qué tiene que ver, pero ahí se hizo presente) y un nogal que tiene techito anti-helada (creación del ingeniero Eddi y el inventor Bajar).
Así que ya lo saben, amiguitos: las vacantes para el trabajo de recolección están abriendo… y no son joda: hay que cosechar todos los días. ¡Y comer también! Así es la cosa, aparentemente: el primer año se come frambuesa como loco y el año siguiente ya estás re podrido así que las comercializás. Por ahí va la cosa, se comenta. Así que los esperamos: queremos ver camisas arremangadas y brazos curtidos por el sol este verano. Y esto recién empieza.






Fin del trasplante frambuesil:

 


Las plantas, hoy:




jueves, 14 de agosto de 2014

19 de julio: hacer la grulla en el techo




Hace poco menos de un mes volvíamos de noche a casa y, como pasa cuando uno sale de día y vuelve de noche -con el agravante de que no haya luna-, no se veía nada. Pero ya somos ágiles y conocemos las distancias del auto a la tranquera, de la tranquera a la puerta de casa – todo sin patinar con el hielito que poco a poco se forma en el pasto de invierno. Estábamos entre la tranquera y la entrada de casa, un poco cargados con compras cuando escuchamos un ruido raro (muy raro) en el techo. Para los que no conocen: techo de chapa: muy delator, se escucha todo. Lo miro a Tom en la penumbra: ¿un gato? Parecían garritas que patinaban. Nuestros gatos no patinan en el techo: suben, bajan, trepan y se lanzan sin problemas. Sonaba a algo más grande que un gato. “Tom, hay un animal” fue lo único que dije. Entonces ahí sí, por tu cabeza empiezan a circular todas las posibilidades (que, vamos, no son muchas por estas latitudes… pero justamente por no ser muchas, uno empieza a pensar cualquier cosa). Entonces Tom pega un grito digno de hombre de campo muy acostumbrado a lidiar con animales desconocidos y de otro planeta. Estuvimos quietitos así un rato, sin atrevernos a entrar en casa (mirá si nos saltaba el animal en la cabeza JUSTO cuando pasábamos por ahí, me muero de un infarto). Hasta que nos acordamos que estamos en el 2014, que tenemos celulares con muchas aplicaciones, entre ellas una linterna bastante digna (a veces uno se mimetiza tanto con el entorno que se olvida). Ahí voy, linternazo valiente y zaz: una cigüeña hermosa que se patinaba y estaba muerta de miedo de los seres desconocidos llamados humanos que acababan de romper el silencio del campo con motores y palabras (y un grito “digno de hombre de campo”). Intentamos sacarle una foto (no más como para no estresarla más), pero claro, al no haber luz, la cámara no lograba enfocar así que nos quedamos con una cigüeña fantasmagórica que el día siguiente, ya con luz, buscamos y ya no estuvo.
Todo esto para contarles que lo de la cigüeña, aparentemente, no es invento: es día volvíamos de nuestra primera prueba visual de que estábamos de 4 semanas,  esperando un bebé.[1]
Se podría decir que la cigüeña vino para reconfirmar que había sido ella y sólo ella la que lo había traido… o para decirnos, tal vez, que si bien sólo habíamos visto un “saquito”[2], todo estaba encaminado.
A un año y medio de llegada a la Patagonia, ¡la familia se expande!
¡Chínchín y salú! (Clari solo brinda con agüita, quédense tranquilos)

Para los incrédulos, mi amiga la cigüe (resulta que al final es más una garza que una cigüeña, pero nos quedamos con la romántica historia por el bien de la sincronía, las causalidades y los bebés, ¿no?)






[1] Sí, los inexpertos y ridículos de Tomi y Clari, se hicieron el test de embarazo y a los dos días fueron a hacerse una ecografía pensando que “eso es lo que se debe hacer”. (Y todo sea dicho: Tom necesitaba “verlo para creerlo”.)
[2] Y, sí, no se veía nada.

viernes, 27 de junio de 2014

12 de junio: Estar entre indios




Tom estaba ayudando a instalar un filtro de agua y, a la hora de pagarle a don Ismael (el experto), este dijo que no hacía falta porque estaban “entre indios”. Tom ya había oído hablar de indios y caciques, sin realmente terminar de entender de qué se trataba hasta ese momento. Ante la noticia de “ser indio”, imaginen la felicidad (igual, aunque seamos indios, le pagamos al buen hombre). 
¡Ah! la pertenencia de los neo-rurales.
 (Tom me confesó: “no fue tarea fácil que me acepten entre los indios”.)

Algunas fotos de del indio-neo-rural (y la última de su mujer tractorista):




 

28 de mayo: inesperado lector




Escribir o leer en esta época es difícil. Estoy teniendo un dejà vù… estoy segura que hace un año debo haber escrito algo similar: cuando se separa a los terneros de sus madres (sí señores, para mandar al frigorífico), es un horror. Uno aprende a escuchar los distintos “mu” de una vaca: los que hace para llamar a su ternero son una cosa. Los que hace para llamarlo cuando la separan del ternero, créanme, es otra. Tiene otra intensidad, otra duración, otro timbre. Vamos dos o tres días y siguen, así que imaginen cómo se pueden sentir estos vegetarianos: impotentes y frustrados. Mi pensamiento recurrente es “¡qué destino!” cada vez que veo un ternerito simpático. Y es así: destino de mierda. Y a los que no están en contacto con estos animales, a los que creen que no sufren, los invito a que vengan a quedarse estos días en casa.

Habiendo hecho semejantes declaraciones, continúo, ahora sí, con la temática que me convoca.
El otro día, con motivo del festejo de “fin de techo” de la casa de Eli y Ale y la despedida de las tres voluntarias que quedaban, fuimos a comer pizza casera a lo de los chicos. Eli había invitado a algunos compañeros del coro (¡nuestra Eli ya se está integrando socialmente y va al coro del pueblo! Orgullo vecinal): a uno lo conocíamos, el famoso Mugre, al otro (creíamos que) no. Pero llegó Agustín[1] y sí, es el que filma las “tocadas” de la escuela de cuerdas a la que voy. Así que nos conocíamos de vista (nada raro por ahora, en el pueblo uno se conoce con muchos). Pero de repente me tira algo así como “pasar el primer invierno” y zaz, me quedo helada. ¿Qué? La miro a Eli pensando “ella seguro le pasó el blog, vaya uno a saber por qué”. Lo miro a él y me devela el secreto: estaba en Internet buscando cómo hacer un invernáculo y le apareció ahí abajo “Pasar el primer invierno” y se ve que el título lo atrapó porque se metió y, según me dijo, leyó todas las entradas (de hecho, durante la cena, tocamos varios tópicos blogeros con complicidad). Que no haya confusión: en su momento él no tenía idea de quién lo escribía. Pero supongo que le divirtió el hecho de que se trataba de una pareja que, como él y su novia, se habían ido de la ciudad, que estaban haciendo su experiencia sureña, etc. Pero de repente las fotos le sonaron familiares… y de repente se encontró con Eli, su compañera de coro. Y ahí, poco a poco cerró todo.
En breve: Agustín, un neo-rural venido de Buenos Aires a Trevelin hace 3 años y medio se leyó todo el blog de nuestra venida. Interesante… aunque me produjo una sensación rara. Nunca hubiese pensado que alguien externo a nuestro círculo podría llegar a leerlo… hay tanta información por ahí suelta en el universo de Internet que ¿por qué habría alguien de caer?… pero se ve que pasa. Y, según lo que hablamos, es cierto que tanto él como yo, antes de hacer nuestras correspondientes migraciones (uno hace más de tres años, yo hace dos), leímos blogs de otras personas que se habían ido de la ciudad a vivir a otro lugar. Es decir: somos un toque bloggeros. Así que vamos a acuñar un nuevo término: “neo-rural blogger”.
De cualquier forma caí en la cuenta de que quizás hay otras personas por ahí que se encuentran con el blog y lo leen. Anónimos que no conozco y que quizás no viven en el mismo pueblo que yo, pero que leen por semejanza o curiosidad… que quizás están por dar el salto e irse a otro lugar y buscan experiencias ajenas para saber qué esperar…
Pues bueno, a ellos les decimos que vayan, que se animen, que vale la pena.
Y qué lindo saber que hay gente que le gusta el blog.
Y qué pequeño es el mundo (sobre todo en Trevelin).

Saluti!



[1] ¡Hola, Agustín!

lunes, 26 de mayo de 2014

23 de mayo: código de convivencia con un zorro hambriento



En invierno, no dejar a las gallinas sueltas mientras no haya gente en casa.

Y al zorro le decimos: no vivir cerca de nacidos y criados de la zona (te sacan el cuero (literal) en cuanto te ven asomar el hocico).

QEPD, lindo zorro vecino.

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pd no todo es muerte y tristeza: Tomi consiguió un tractor para disquear la tierra que pronto estará cubierta de frambuesas ñam ñam ñam (ya voy pasando el aviso: ¡¡en enero se buscan voluntarios para venir a cosechar!!) 





¡Y tenemos nuestro propio tractorcito! Gracias pá por la movida: nuestro tractor del ´49 es como un modelo sacado de los autos locos!








18 de mayo: Pasar una noche sola




Para Tomi es moneda corriente: Clari viaja por esto o lo otro – y él ya sabe bien de qué se trata esto de quedarte solo. Desde la ciudad, el estar solo es engañoso: sí, estás solo en tu casa, pero tenés al vecino a dos pasos de tu puerta, con una sola pared o medianera de distancia. Y tenés Internet, tenés tele, tenés teléfono. Acá tengo mi teléfono, tengo un proyector y pelis, ponele que algún mail me cae de vez en cuando, pero la casa es bastante aislada. Estamos a 5 minutos del pueblo en auto, pero no hay ni una lucecita en el camino, nada. Y de vecinos que habitan sus casas: por ahora sólo es Manuel.
Entonces: Tom se va de joda a la despedida de soltero de Fede y Clari se queda en casa. Interesante, desafiante. Lo primero que me pasó por la cabeza: el miedo absolutamente irracional que teníamos las primeras semanas que vivíamos acá. Cualquier ruido, cualquier luz desconocida, todo era motivo de pánico. Levantarse de la cama, espiar entre las cortinas, salir a dar una vuelta a la casa. En ese momento no sé qué hubiera hecho: ¿hotel? Colo y Eli todavía no estaban acá… en fin. Otras épocas. Decía: ayer Tom partió temprano y con Ajo arrancamos el día con las actividades que a diario compartimos con Tom: abrirle a las gallinas, alimentar la horda de gatos (sí, ya es una horda), chequear que el nylon esté tapando bien las maderas porque está lluvioso, cosechar repollitos de Bruselas y alguna lechuga para el almuerzo. Osea, el día, como cualquier otro. Mientras cae la tarde se empieza sentir otra cosa porque la dinámica de a dos se vuelve la dinámica de uno con un perro y muchos gatos. Y es bien distinta. Y es raro, más allá de estar acá en el medio de la nada: vivir un día sin el otro y tomar conciencia de todos los años que uno pasa con otro y se van tejiendo esas dinámicas en las cuales nos apoyamos sin darnos cuenta, hasta que esa dinámica vuelve a ser de uno solo. Interesting.
Más allá de esas valoraciones abstractas, sentimentales y sentidas, cae la noche. Como siempre, corro las cortinas (esta vez no dejo ni una abierta), tejo, escucho música. Cuando todos los gatos comieron, cierro con llave (tip que me dio Tom para tener la conciencia 100% tranquila). Preparo los ingredientes para la salsita de la pasta que voy a cenar más tarde (sí, gente, me hago fideos cuando Tom no está – yo no soy la gastronómica en esta pareja). Busco entre las pelis a ver cuál voy a ver. Mejor una serie, me clavo una temporada completa (con Tom no puedo hacer eso porque tiene un límite su espalda, tres capítulos, y si está super mega enganchado, a veces cuatro). Veo el capítulo 1 de la temporada 1. Ya está, los yankis nos tienen a todos bien estudiados y saben exactamente qué hacer para generarnos dependencias y adicciones. Voy a cocinar, veo a mis gatitas que miran muy atentamente algo en la oscuridad, me limo un toque, trato de ver qué es lo que ven – pero todos sabemos que los gatos ven cosas que nosotros no. Sin engancharme mucho de ese pensamiento fantasmagórico que no conduce a nada positivo en mi supervivencia de una noche sola, me sirvo una copa de vino y me pongo a ver el capítulo 2. Y así va pasando la noche, y se va levantando el viento, y me acuerdo cuando el viento nos daba miedo porque mueve cosas que hay afuera que hacen ruidos desconocidos. No siento miedo. Pero, debo confesarlo, decido no salir con Ajo a hacer pis. Que se aguante hasta la mañana – al fin y al cabo entró como a las 19. Termina la temporada 1 (estuve a esto de empezar a la 2 – me dejaron así, desesperada por saber qué va a pasar – pero me contuve, decidí no entregarme a la adicción), pongo a Ajo a dormir, me lavo los dientes, me meto en la cama y me acuesto bien en el medio, con todas las almohadas y leo un buen rato. Después apago la luz y duermo en diagonal (Tom siempre lo hace, me dice que lo hace, por lo menos siempre la noche antes de que yo vuelva, “para aprovechar”. Que se sepa: nuestra cama es petit). Y duermo duermo duermo hasta que Stroi me despierta porque quiere salir a hacer pis. Lo saco, sigo durmiendo. Y me despierto al mediodía. Bien, sobreviví lo más bien. Me siento valiente, independiente y enamorada. Buen status, pienso, y abro todas las cortinas.


Ahí van algunas de la compañía omnipresente:










domingo, 4 de mayo de 2014

1 de mayo: El dipló dice que somos neo-rurales


 
Hace unos días ya vengo queriendo escribir sobre la nota que salió en Le monde diplomatique de abril: “La clase media vuelve al campo”.
Alguna vez todos experimentamos eso de estar leyendo o escuchando algo y pensar: están hablando de mi.
O, parecido: uy, qué garrón, ese soy yo.
Bueno, eso pasó con el artículo. Y no es todo flores y autobombo...
Me remito al artículo: voy a dejar que algunos párrafos hablen por sí solos.

“Los que vienen. Vienen jóvenes, adultos jóvenes, maduros, jubilados; vienen solos, en pareja, divorciados, con hijos, sin hijos, con hijos por venir. No vienen a buscar “mejores condiciones económicas”; no buscan “trabajo”; vienen por un modo de vida distinto, que consiste en desandar el camino de la modernidad: dejar la ciudad para irse al campo, lugar de “mejores oportunidades” ya no estrictamente económicas sino esencialmente vitales. Gente que no quiere progreso –se saturó de sus secuelas o de buscarlo sin éxito- sino regreso.”

“El paraguas del neo-ruralismo cordobés –y seguramente también el de otros destinos- abriga un auténtico crisol sociocultural. Están los que vinieron en una huida conservadora del sí, para quienes el “es otra calidad de vida…” del interior se condensa en vivencias como “dejar el auto con la llave puesta”, “criar a tus hijos sin miedo”, “poder dormir tranquilo”; es el tipo de migrante que puede precisar el episodio de inseguridad que lo habría decidido a irse. Están los que vinieron en la apuesta por construir una vida simple, conectada con prácticas y valores que el complejo citadino-capitalista nos hizo desconocer. De corte progresista –en sus cortes liberal, izquierdista, ecologista, anarquista-, esta gente encuentra en las actividades de campo (y de modo general en el desarrollo de todo tipo de home-made) la posibilidad de constituir una economía auto-suficiente, libre de consumo y consumismo. Unos y otros suelen combinar faenas campesinas con otras ocupaciones profesionales (vienen profesores, técnicos, licenciados), de oficio (vienen carpinteros, tapiceros, artesanos), o comerciales (los que montan un emprendimiento productivo, una casita de alquiler de temporada, o un puesto estable en las ferias de artesanías).”

“El lugareño considera jipis a personas que no se considerarían hippies a sí mismas –siempre hay alguien más hippie que uno-, ni tampoco serían consideradas hippies por quienes sí se consideran tales.”

“…la migración neo-rural proviene de una multiplicidad porosa de clases medias –medias chetas, medias plebeyas, medias metropolitanas, suburbanas y provincianas-, pero es decisivamente blanca. Cualquier reunión jipi puede distinguirse a lo lejos: mucho niño rubio junto.”

“El neo-rural tiene “conciencia social” –no es facho, es progre, y de hecho apuesta, con su forma de vida, a una transformación propiamente colectiva-, pero la filosofía práctica de sus actos cotidianos –“Es una cuestión de energía”, profesa- es la del self-made man que no le debe nada a nadie: ni a su pasado, ni a sus padres, ni a su clase.”

“El migrante promedio vive en un operación de rescate de lo que se perdió o está por perderse. Recupera viejos usos y costumbres, lenguajes de otros tiempos; lo enorgullece ver al puestero bajando a caballo; lo fastidia el rugir de impune de la moto de los pibes. Concurre optimista a la peña folklórica si come carne se permite un choripán; aprovecha la pista para bailarse una chacarera; se retira a dormir cuando el predio explota…”

“El jipi lamenta que el paisano prefiera emplearse en la construcción a continuar con sus actividades de campo; sobre todo lamenta que siga vendiendo tierra. Al paisano, mientras tanto, los miedos del nuevo vecino le resultan desproporcionados: “Un loteo para un complejo de cincuenta cabañas ¿cuál es el problema?”, se pregunta. Me decía una vez un vecino nacido y criado, antaño recolector de yuyos, hoy un ayudante de albañil: -La otra vuelta escuché al Ernesto decir que estaba preocupado porque en la sierra estaban vendiendo todo… Pero resulta que cuando él compró no estaba preocupado… Todos quieren comprar y ser los últimos en comprar. Qué vivos…”
por Julieta Quirós.

Y buá, parece que nos sacaron la ficha.
Intentaremos seguir siendo creativos,
nosotros,
lo neo-rurales (¡jipis!)


 (y todos sus secuaces):


El primer cemento:

  

El primer milcao (después de la cosecha de papa...):
 






 Paseo por Chile con los pambochs:


 Los neo rurales dicen "hasta la próxima"!




lunes, 7 de abril de 2014

2 de abril: la primer cosecha



 
Tras algunos meses de silencio (hubo un retiro, algunos viajes, varios casamientos en el medio y un corte de pelo), estamos de vuelta en el ruedo. Arrancó otoño, nuestro segundo otoño, y hay mucho para hacer. Como bien dice nuestra “biblia” (La vida en el campo, de John Seymour): “El año culmina en la temporada de cosecha, y si un hombre no disfruta de ella, es que no disfruta con nada. Entonces suda y se esfuerza, junto con amigos y vecinos, por recoger y asegurar el fruto de las labores del año.  Este trabajo es duro, vehemente, a veces bullicioso, siempre divertido, y cada jornada debe traer en recompensa algunos litros de cerveza hecha en casa.” Amén.
En nuestro caso, la cerveza no prosperó – como con muchas cosas de las que emprendimos, nos metimos con mucho acelere, sin los instrumentos adecuados y bueno, la ansiedad no es buena consejera: no logramos obtener la cerveza deseada. Pospusimos el proyecto cervecero para cuando las “otras cosas” estén encaminadas. Así que, por ahora, nos conformamos con cerveza comprada, o un vinito. ¡Porque hoy hicimos nuestra primer cosecha de centeno! De las poquitas cosas que efectivamente salieron en nuestro terreno (no por fallas propias sino por falta de lluvia, que conste). Empezamos con la motoguadaña, de a dos: Tom con el instrumento asesino y Clari, por tener brazos kilométricos, es la que agarra las espigas esperando que las cuchillas corten. Y así van armando las gavillas (atados de centeno). Pero íbamos despacito y vimos que las plantitas salían muy fácilmente de la tierra así que nos dispusimos a cosechar a mano, plantita por plantita. Derepente fuimos la imagen perfecta del campo bucólico y romántico. Lo que no te cuentan de esa imagen es el dolor de espalda posterior. Pero con la mitad del trabajo hecho, volvimos de lo más contentos y satisfechos. Mañana terminamos (antes de que llueva y se nos humedezca el grano) y dentro de una semana, separar la semilla de la planta. Y después voilá, tenemos centeno: para hacer pancito y para sembrar el año próximo.
Tom estima 100 kgs – Clari cree que Tomi es muy optimista.

El resto de los habitantes del valle y la comarca: bien. La novedad es que Medina, una de las gallinas compradas en Lago Rosario el año pasado, finalmente se “sentó” a empollar. Y sí, cuando arrancó el frío… ahora estamos tramando cómo vamos a hacer con los polluelos cuando nazcan. Quién te dice… y los metemos adentro de casa…
Invernadero: Señoras y señores, en el invernadero han crecido melones y sandías. Sí, amigos, contra todos los pronósticos, sucedió lo inimaginable. No voy a mentirles: son de tamaño pequeño, pero vamos a ver qué tal de sabor. Porque al fin y al cabo la experiencia mística que buscamos es comernos un melón patagónico, ¿no?

Sin mucho más por ahora, los despedimos con mucho amor,
desde el sur y para toda América Latina.

¡Salud!

Algunas fotos (¡tenemos cámara de fotos nueva!):