En todo el hemisferio sur es
verano hace 2 días. Nosotros estábamos en la plaza, vendiendo verdura de la
huerta orgánica (detallaré en breves instantes), y el verano simplemente no
llegó. Y está ahí, que sí, que no, que lluvia, que viento, que piedra, papel o
tijera. Ya llegará, decimos. En enero va a hacer calor, nos repetimos como
mantra, a ver si se nos da. Al final, el peor miedo debería ser que en el
verano haga calorcito, no el frío del invierno. El blog, entonces, debería ser:
bancarse el primer verano (frío).
Pero no nos quejamos: hay más
lluvias y eso significa que no hay que regar el bosque nativo como ridículos
(les recuerdo, 140 árboles – de los cuales debe haber 100 vivos, aprox), que el
centeno creció como 2 metros, que todo el verde dura más (y el amarillor llega
más tarde). Menos incendios, etc.
Entonces, verano: teníamos un
plan que era, para esta época, estar vendiendo cajones de verdura orgánica,
pero no contábamos con los tiempos sureños: todo va más despaciiiito, las
verduritas crecen de a poquito. Deliciosas, pero tranquilitas. Parece que duermen
la siesta y todo. Bueno, cuestión: definimos que NO íbamos a vender verdura
este año porque hay poca variedad, no llegamos con los tiempos, y bueno,
tenemos que empezar a conocer el rubro. Pero zaz, tenemos mucha (MUCHA) lechuga
de varios tipos y se nos iban a ir a flor… dijimos: vamos a la Feria de la
plaza y vendamos lo que podamos. El resto nos lo comemos y chau. Bajamos con
los cajones, nos instalamos a la sombra (porque aunque no haga calor, el sol
pega de lo lindo y a las delicadas lechuguitas no les gusta tanto rayo de sol)
y fue decir “ya” que empezó a caer gente y vendimos todo en menos de media
hora. Tom y Colo salieron a buscar más y volvieron y seguimos vendiendo todo.
Conclusión: los huerteros se van a poner un stand en la Feria de los domingos,
así que ya saben: el que quiera verdura orgánica, que se de una vuelta.
Otras cuestiones del verano
patagónico: el largor de los días. El sol se pone alrededor de las 21 y hay luz
hasta las 22. A la mañana no sabía decirles (por razones obvias). La cuestión
es que las gallinas se emocionan con el día y salen tempranito y empiezan a
hacer cualquiera: claro, como en el gallinero está Maca con sus tres pollitos
(Júpiter, Black Sabbath y… -no tiene nombre aun) y dos de trillizas empollando,
Raimundo y su harem decidieron vivir afuera a lo loco – y ni volver al
gallinero para poner huevos. Detalle a tener en cuenta: los pastizales en
verano están largos – sobre todo en veranos como este, que tuvo una primavera
húmeda. Cicutas de 2,5 metros. Y ese es el escondrijo por excelencia del
grupete emplumado: túneles de tamaño perfecto y excelente spot para poner
huevos y que no le sirvan a NADIE. I-de-al, piensan ellas. Malísimo, opinamos
nosotros. Entonces, tras horas de búsqueda infructuosa y CERO resultados, aplicamos
correctivo: encierro por 4 días. Pero zaz, tiro por la culata: las gallinas
ponen los huevos en los canastos donde las otras están empollando! Así que
calzarse los guantes, bancarse picotadas, marcar los huevos y sacar los que no
están marcados. Hasta que nos dimos cuenta que si ponemos huevos en los otros
canastos, las gallinas ponen los nuevos ahí. Psicología polluna 1.0.
Y empezamos con la temporada de
riego. No voy a ahondar, pero sepan que todavía tenemos un bosque nativo joven
y son cerca de 100 árboles y hay que regarlos. Hoy me llevé una sillita, un
café con leche, un libro y una alarma: cada 20 minutos cambio la manguera. Y el
resto, leo. Aprovechamiento del tiempo absoluto.
Ahora sí, a prepararse para el
pasaje de año. Se comenta por ahí que va a estar bueno. ¡Chin-chon!