Tras algunos meses de silencio
(hubo un retiro, algunos viajes, varios casamientos en el medio y un corte de
pelo), estamos de vuelta en el ruedo. Arrancó otoño, nuestro segundo otoño, y
hay mucho para hacer. Como bien dice nuestra “biblia” (La vida en el campo, de John Seymour): “El año culmina en la
temporada de cosecha, y si un hombre no disfruta de ella, es que no disfruta
con nada. Entonces suda y se esfuerza, junto con amigos y vecinos, por recoger
y asegurar el fruto de las labores del año. Este trabajo es duro, vehemente, a veces bullicioso, siempre
divertido, y cada jornada debe traer en recompensa algunos litros de cerveza
hecha en casa.” Amén.
En nuestro caso, la cerveza no
prosperó – como con muchas cosas de las que emprendimos, nos metimos con mucho
acelere, sin los instrumentos adecuados y bueno, la ansiedad no es buena
consejera: no logramos obtener la cerveza deseada. Pospusimos el proyecto
cervecero para cuando las “otras cosas” estén encaminadas. Así que, por ahora,
nos conformamos con cerveza comprada, o un vinito. ¡Porque hoy hicimos nuestra
primer cosecha de centeno! De las poquitas cosas que efectivamente salieron en
nuestro terreno (no por fallas propias sino por falta de lluvia, que conste).
Empezamos con la motoguadaña, de a dos: Tom con el instrumento asesino y Clari,
por tener brazos kilométricos, es la que agarra las espigas esperando que las
cuchillas corten. Y así van armando las gavillas (atados de centeno). Pero
íbamos despacito y vimos que las plantitas salían muy fácilmente de la tierra
así que nos dispusimos a cosechar a mano, plantita por plantita. Derepente
fuimos la imagen perfecta del campo bucólico y romántico. Lo que no te cuentan
de esa imagen es el dolor de espalda posterior. Pero con la mitad del trabajo
hecho, volvimos de lo más contentos y satisfechos. Mañana terminamos (antes de
que llueva y se nos humedezca el grano) y dentro de una semana, separar la
semilla de la planta. Y después voilá, tenemos centeno: para hacer pancito y
para sembrar el año próximo.
Tom estima 100 kgs – Clari cree
que Tomi es muy optimista.
El resto de los habitantes del
valle y la comarca: bien. La novedad es que Medina, una de las gallinas
compradas en Lago Rosario el año pasado, finalmente se “sentó” a empollar. Y
sí, cuando arrancó el frío… ahora estamos tramando cómo vamos a hacer con los
polluelos cuando nazcan. Quién te dice… y los metemos adentro de casa…
Invernadero: Señoras y señores,
en el invernadero han crecido melones y sandías. Sí, amigos, contra todos los
pronósticos, sucedió lo inimaginable. No voy a mentirles: son de tamaño
pequeño, pero vamos a ver qué tal de sabor. Porque al fin y al cabo la
experiencia mística que buscamos es comernos un melón patagónico, ¿no?
Sin mucho más por ahora, los
despedimos con mucho amor,
desde el sur y para toda América
Latina.
¡Salud!
Algunas fotos (¡tenemos cámara de fotos nueva!):