Hace ya poco más de un mes se
repite en mi cabeza la imagen del fuego comiéndose al bosque en Cholila. No vi
el fuego en vivo (aunque sí vi el humo desde casa), lo vi en fotos, lo leí en
testimonios de vecinos de la zona, lo vi en imágenes en la tele. Y lo volví a
ver y a ver y a ver, día tras día, mientras el fuego avanzaba y nadie parecía
enterarse. Porque siempre hay noticias más importantes que un bosque que se
quema. Hasta que empezaron a ser miles de hectáreas, y empezó a acercarse al
Parque Nacional Los Alerces, y empezaron a peligrar alerces milenarios. Y de
repente, quince días después del inicio del fuego, mandan “ayuda”, que son más
hombres peleando el fuego. Y por fin cae la lluvia. Escasa, pero que aplaca.
Pero el fuego está instalado, está bien arraigado en las raices de los árboles
quemados. Y vuelve a rebrotar en diferentes puntos, sorprendiendo en distintos
lugares. Y la noticia empieza a pasar, y la ayuda se empieza a replegar. Si
total, las lluvias están a la vuelta de la esquina. Y entonces, un mes más
tarde, el fuego persiste. Y sigue avanzando y se lo deja. Hasta que llueva.
Ayer nomás, de paseo en el Parque
Nacional Los Alerces, bien cerquita de Trevelin, estábamos comiendo un pic nic al
lado del lago, de esos que ya se volvieron tradición, cuando se acerca un
hombre y nos dice “ah, ustedes están muy tranquilos: se está incendiando el
parque, cerca de Villa Futalaufken”. Y ahí fue levantarnos, asomarnos y ver la
columna de humo negro, espeso, empezando a llenar el cielo. Pero parecía chico,
parecía que no podía pasar a mayores. Porque era imposible pensar que un
segundo capítulo del incendio en Cholila estuviera por desencadenarse adentro
del Parque, a poquitos kilómetros de donde estábamos, y en nuestras narices, a
plena luz del día. La gente de bosques ya estaba alertada y el operativo estaba
en funcionamiento, pero nosotros nos fuimos. No sin angustia, no sin ver el
fuego quemando unos árboles que hacía pocas horas habíamos visto lo más bien,
no sin sacar fotos.
El humo se siguió viendo de
Trevelin. Un hongo atómico, como el que veíamos de Cholila, un mes atrás, pero
cerca, muy cerca.
A la noche se veía el resplandor
del fuego, avanzando por los bosques del Parque.
Y hoy fue levantarnos para ver
que sin dudas siguió creciendo.
Hablé con una amiga que vive en
Villa Futalaufken y que fueron evacuados todos.
Y ayer habíamos estado ahí.
Y dicen que pudo haber sido
intencional.
Y yo ya no entiendo cómo pueden
pasar estas cosas. Que en sólo 36 horas pueda desencadenarse esto. Y que me
digan que sólo la lluvia puede apagar este fuego. Como el de Cholila, que ahí
sigue. Como el de Lago Puelo, que empezó hoy.
Camino a El Bolsón tuvimos
distintos puntos de vista de la columna de humo del fuego del Parque y de Lago
Puelo. Que es el mismo humo, y son los mismos bosques, porque al fin de cuentas
se trata de lo mismo, representan lo mismo. La misma desidia, la misma
inoperancia, la misma ignorancia. Y la impotencia de todos los que vemos el
fuego, el humo y no sabemos qué hacer. Rezar al dios de la lluvia.
¿Cómo se hace para no mirar, con
obsesión, ese humo que crece y se estira y representa la destrucción de un
lugar tan amado por tantos? Tom me pide que no piense tanto, que no me angustie
tanto, que no lo mire permanentemente. Y yo lo miro y saco fotos, “estoy
haciendo fotoperiodismo”. Y me pregunto si no convendría ser bombero
voluntario.