Escribir o leer en esta época es
difícil. Estoy teniendo un dejà vù… estoy segura que hace un año debo haber
escrito algo similar: cuando se separa a los terneros de sus madres (sí
señores, para mandar al frigorífico), es un horror. Uno aprende a escuchar los
distintos “mu” de una vaca: los que hace para llamar a su ternero son una cosa.
Los que hace para llamarlo cuando la separan del ternero, créanme, es otra.
Tiene otra intensidad, otra duración, otro timbre. Vamos dos o tres días y
siguen, así que imaginen cómo se pueden sentir estos vegetarianos: impotentes y
frustrados. Mi pensamiento recurrente es “¡qué destino!” cada vez que veo un
ternerito simpático. Y es así: destino de mierda. Y a los que no están en
contacto con estos animales, a los que creen que no sufren, los invito a que
vengan a quedarse estos días en casa.
Habiendo hecho semejantes
declaraciones, continúo, ahora sí, con la temática que me convoca.
El otro día, con motivo del
festejo de “fin de techo” de la casa de Eli y Ale y la despedida de las tres
voluntarias que quedaban, fuimos a comer pizza casera a lo de los chicos. Eli
había invitado a algunos compañeros del coro (¡nuestra Eli ya se está
integrando socialmente y va al coro del pueblo! Orgullo vecinal): a uno lo
conocíamos, el famoso Mugre, al otro (creíamos que) no. Pero llegó Agustín
y sí, es el que filma las “tocadas” de la escuela de cuerdas a la que voy. Así
que nos conocíamos de vista (nada raro por ahora, en el pueblo uno se conoce
con muchos). Pero de repente me tira algo así como “pasar el primer invierno” y
zaz, me quedo helada. ¿Qué? La miro a Eli pensando “ella seguro le pasó el
blog, vaya uno a saber por qué”. Lo miro a él y me devela el secreto: estaba en
Internet buscando cómo hacer un invernáculo y le apareció ahí abajo “Pasar el
primer invierno” y se ve que el título lo atrapó porque se metió y, según me
dijo, leyó todas las entradas (de hecho, durante la cena, tocamos varios
tópicos blogeros con complicidad). Que no haya confusión: en su momento él no
tenía idea de quién lo escribía. Pero supongo que le divirtió el hecho de que
se trataba de una pareja que, como él y su novia, se habían ido de la ciudad,
que estaban haciendo su experiencia sureña, etc. Pero de repente las fotos le
sonaron familiares… y de repente se encontró con Eli, su compañera de coro. Y
ahí, poco a poco cerró todo.
En breve: Agustín, un neo-rural
venido de Buenos Aires a Trevelin hace 3 años y medio se leyó todo el blog de
nuestra venida. Interesante… aunque me produjo una sensación rara. Nunca
hubiese pensado que alguien externo a nuestro círculo podría llegar a leerlo…
hay tanta información por ahí suelta en el universo de Internet que ¿por qué
habría alguien de caer?… pero se ve que pasa. Y, según lo que hablamos, es
cierto que tanto él como yo, antes de hacer nuestras correspondientes
migraciones (uno hace más de tres años, yo hace dos), leímos blogs de otras
personas que se habían ido de la ciudad a vivir a otro lugar. Es decir: somos
un toque bloggeros. Así que vamos a acuñar un nuevo término: “neo-rural
blogger”.
De cualquier forma caí en la
cuenta de que quizás hay otras personas por ahí que se encuentran con el blog y
lo leen. Anónimos que no conozco y que quizás no viven en el mismo pueblo que
yo, pero que leen por semejanza o curiosidad… que quizás están por dar el salto
e irse a otro lugar y buscan experiencias ajenas para saber qué esperar…
Pues bueno, a ellos les decimos
que vayan, que se animen, que vale la pena.
Y qué lindo saber que hay gente
que le gusta el blog.
Y qué pequeño es el mundo (sobre
todo en Trevelin).
Saluti!