jueves, 14 de agosto de 2014

19 de julio: hacer la grulla en el techo




Hace poco menos de un mes volvíamos de noche a casa y, como pasa cuando uno sale de día y vuelve de noche -con el agravante de que no haya luna-, no se veía nada. Pero ya somos ágiles y conocemos las distancias del auto a la tranquera, de la tranquera a la puerta de casa – todo sin patinar con el hielito que poco a poco se forma en el pasto de invierno. Estábamos entre la tranquera y la entrada de casa, un poco cargados con compras cuando escuchamos un ruido raro (muy raro) en el techo. Para los que no conocen: techo de chapa: muy delator, se escucha todo. Lo miro a Tom en la penumbra: ¿un gato? Parecían garritas que patinaban. Nuestros gatos no patinan en el techo: suben, bajan, trepan y se lanzan sin problemas. Sonaba a algo más grande que un gato. “Tom, hay un animal” fue lo único que dije. Entonces ahí sí, por tu cabeza empiezan a circular todas las posibilidades (que, vamos, no son muchas por estas latitudes… pero justamente por no ser muchas, uno empieza a pensar cualquier cosa). Entonces Tom pega un grito digno de hombre de campo muy acostumbrado a lidiar con animales desconocidos y de otro planeta. Estuvimos quietitos así un rato, sin atrevernos a entrar en casa (mirá si nos saltaba el animal en la cabeza JUSTO cuando pasábamos por ahí, me muero de un infarto). Hasta que nos acordamos que estamos en el 2014, que tenemos celulares con muchas aplicaciones, entre ellas una linterna bastante digna (a veces uno se mimetiza tanto con el entorno que se olvida). Ahí voy, linternazo valiente y zaz: una cigüeña hermosa que se patinaba y estaba muerta de miedo de los seres desconocidos llamados humanos que acababan de romper el silencio del campo con motores y palabras (y un grito “digno de hombre de campo”). Intentamos sacarle una foto (no más como para no estresarla más), pero claro, al no haber luz, la cámara no lograba enfocar así que nos quedamos con una cigüeña fantasmagórica que el día siguiente, ya con luz, buscamos y ya no estuvo.
Todo esto para contarles que lo de la cigüeña, aparentemente, no es invento: es día volvíamos de nuestra primera prueba visual de que estábamos de 4 semanas,  esperando un bebé.[1]
Se podría decir que la cigüeña vino para reconfirmar que había sido ella y sólo ella la que lo había traido… o para decirnos, tal vez, que si bien sólo habíamos visto un “saquito”[2], todo estaba encaminado.
A un año y medio de llegada a la Patagonia, ¡la familia se expande!
¡Chínchín y salú! (Clari solo brinda con agüita, quédense tranquilos)

Para los incrédulos, mi amiga la cigüe (resulta que al final es más una garza que una cigüeña, pero nos quedamos con la romántica historia por el bien de la sincronía, las causalidades y los bebés, ¿no?)






[1] Sí, los inexpertos y ridículos de Tomi y Clari, se hicieron el test de embarazo y a los dos días fueron a hacerse una ecografía pensando que “eso es lo que se debe hacer”. (Y todo sea dicho: Tom necesitaba “verlo para creerlo”.)
[2] Y, sí, no se veía nada.