Hace poco menos de un mes volvíamos
de noche a casa y, como pasa cuando uno sale de día y vuelve de noche -con el
agravante de que no haya luna-, no se veía nada. Pero ya somos ágiles y
conocemos las distancias del auto a la tranquera, de la tranquera a la puerta
de casa – todo sin patinar con el hielito que poco a poco se forma en el pasto
de invierno. Estábamos entre la tranquera y la entrada de casa, un poco
cargados con compras cuando escuchamos un ruido raro (muy raro) en el techo.
Para los que no conocen: techo de chapa: muy delator, se escucha todo. Lo miro
a Tom en la penumbra: ¿un gato? Parecían garritas que patinaban. Nuestros gatos
no patinan en el techo: suben, bajan, trepan y se lanzan sin problemas. Sonaba
a algo más grande que un gato. “Tom, hay un animal” fue lo único que dije.
Entonces ahí sí, por tu cabeza empiezan a circular todas las posibilidades
(que, vamos, no son muchas por estas latitudes… pero justamente por no ser
muchas, uno empieza a pensar cualquier cosa). Entonces Tom pega un grito digno
de hombre de campo muy acostumbrado a lidiar con animales desconocidos y de
otro planeta. Estuvimos quietitos así un rato, sin atrevernos a entrar en casa
(mirá si nos saltaba el animal en la cabeza JUSTO cuando pasábamos por ahí, me
muero de un infarto). Hasta que nos acordamos que estamos en el 2014, que
tenemos celulares con muchas aplicaciones, entre ellas una linterna bastante
digna (a veces uno se mimetiza tanto con el entorno que se olvida). Ahí voy,
linternazo valiente y zaz: una cigüeña hermosa que se patinaba y estaba muerta
de miedo de los seres desconocidos llamados humanos que acababan de romper el
silencio del campo con motores y palabras (y un grito “digno de hombre de
campo”). Intentamos sacarle una foto (no más como para no estresarla más), pero
claro, al no haber luz, la cámara no lograba enfocar así que nos quedamos con
una cigüeña fantasmagórica que el día siguiente, ya con luz, buscamos y ya no
estuvo.
Todo esto para contarles que lo
de la cigüeña, aparentemente, no es invento: es día volvíamos de nuestra primera
prueba visual de que estábamos de 4 semanas, esperando un bebé.[1]
Se podría decir que la cigüeña
vino para reconfirmar que había sido ella y sólo ella la que lo había traido… o
para decirnos, tal vez, que si bien sólo habíamos visto un “saquito”[2],
todo estaba encaminado.
A un año y medio de llegada a la
Patagonia, ¡la familia se expande!
¡Chínchín y salú! (Clari solo
brinda con agüita, quédense tranquilos)
Para los incrédulos, mi amiga la cigüe (resulta que al final es más una garza que una cigüeña, pero nos quedamos con la romántica historia por el bien de la sincronía, las causalidades y los bebés, ¿no?)
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