sábado, 27 de diciembre de 2014

23 de diciembre: Solsticio de ¿verano?




En todo el hemisferio sur es verano hace 2 días. Nosotros estábamos en la plaza, vendiendo verdura de la huerta orgánica (detallaré en breves instantes), y el verano simplemente no llegó. Y está ahí, que sí, que no, que lluvia, que viento, que piedra, papel o tijera. Ya llegará, decimos. En enero va a hacer calor, nos repetimos como mantra, a ver si se nos da. Al final, el peor miedo debería ser que en el verano haga calorcito, no el frío del invierno. El blog, entonces, debería ser: bancarse el primer verano (frío).
Pero no nos quejamos: hay más lluvias y eso significa que no hay que regar el bosque nativo como ridículos (les recuerdo, 140 árboles – de los cuales debe haber 100 vivos, aprox), que el centeno creció como 2 metros, que todo el verde dura más (y el amarillor llega más tarde). Menos incendios, etc.
Entonces, verano: teníamos un plan que era, para esta época, estar vendiendo cajones de verdura orgánica, pero no contábamos con los tiempos sureños: todo va más despaciiiito, las verduritas crecen de a poquito. Deliciosas, pero tranquilitas. Parece que duermen la siesta y todo. Bueno, cuestión: definimos que NO íbamos a vender verdura este año porque hay poca variedad, no llegamos con los tiempos, y bueno, tenemos que empezar a conocer el rubro. Pero zaz, tenemos mucha (MUCHA) lechuga de varios tipos y se nos iban a ir a flor… dijimos: vamos a la Feria de la plaza y vendamos lo que podamos. El resto nos lo comemos y chau. Bajamos con los cajones, nos instalamos a la sombra (porque aunque no haga calor, el sol pega de lo lindo y a las delicadas lechuguitas no les gusta tanto rayo de sol) y fue decir “ya” que empezó a caer gente y vendimos todo en menos de media hora. Tom y Colo salieron a buscar más y volvieron y seguimos vendiendo todo. Conclusión: los huerteros se van a poner un stand en la Feria de los domingos, así que ya saben: el que quiera verdura orgánica, que se de una vuelta.
Otras cuestiones del verano patagónico: el largor de los días. El sol se pone alrededor de las 21 y hay luz hasta las 22. A la mañana no sabía decirles (por razones obvias). La cuestión es que las gallinas se emocionan con el día y salen tempranito y empiezan a hacer cualquiera: claro, como en el gallinero está Maca con sus tres pollitos (Júpiter, Black Sabbath y… -no tiene nombre aun) y dos de trillizas empollando, Raimundo y su harem decidieron vivir afuera a lo loco – y ni volver al gallinero para poner huevos. Detalle a tener en cuenta: los pastizales en verano están largos – sobre todo en veranos como este, que tuvo una primavera húmeda. Cicutas de 2,5 metros. Y ese es el escondrijo por excelencia del grupete emplumado: túneles de tamaño perfecto y excelente spot para poner huevos y que no le sirvan a NADIE. I-de-al, piensan ellas. Malísimo, opinamos nosotros. Entonces, tras horas de búsqueda infructuosa y CERO resultados, aplicamos correctivo: encierro por 4 días. Pero zaz, tiro por la culata: las gallinas ponen los huevos en los canastos donde las otras están empollando! Así que calzarse los guantes, bancarse picotadas, marcar los huevos y sacar los que no están marcados. Hasta que nos dimos cuenta que si ponemos huevos en los otros canastos, las gallinas ponen los nuevos ahí. Psicología polluna 1.0.
Y empezamos con la temporada de riego. No voy a ahondar, pero sepan que todavía tenemos un bosque nativo joven y son cerca de 100 árboles y hay que regarlos. Hoy me llevé una sillita, un café con leche, un libro y una alarma: cada 20 minutos cambio la manguera. Y el resto, leo. Aprovechamiento del tiempo absoluto.
Ahora sí, a prepararse para el pasaje de año. Se comenta por ahí que va a estar bueno. ¡Chin-chon!





lunes, 1 de diciembre de 2014

24 de noviembre: hacer una feria de libros en el campo (o fracasar estrepitosamente)




Hace un tiempo lo venía pensando: por algún lado hay que empezar. Si quiero poner una librería en unos años, puedo hacer pequeñas movidas de feria con los libros de la editorial. Participé del día del libro en una escuela, participé de la feria del libro de Trevelin… y me envalentoné. Le escribí a una editorial de Buenos Aires y les dije, “miren, yo vivo acá, al final del mapa donde no llega ni un libro interesante, quieren mandarme así los vendo en ferias?”. Y dale, me dijeron. Y me mandaron. Y ahí ya no había vuelta atrás. Entonces me organicé dos tardes de feria de libros: lunes (hoy), feriado nacional y mañana, martes, feriado en Trevelin (se festeja la llegada de los galeses al valle) de 16 a 20. Genial.
A las  15 lo mandé a Tomi a cortarme el pasto (un poco sobre el pucho, pero es cosa de amateur), me puse a hacer una buena selección de libros que dé con el entorno rural (¿?). Sacamos mesas, sillas, tablones. Distribuí los libros de manera tal que tuvieran una coherencia (cómo me gusta acomodar libros, por favor). Puse todo lindo-lindo. Incluso puse un sector de libros de permacultura, techos verdes, construcción con barro, toda la movida, para que hubiera variedad.
Terminamos con todo a las 16.30 aprox. Pensé: “bien, suerte que no llegó nadie todavía”. Y me senté ahí, con un mate, a tejer mientras llegaba el primer lector interesado. Y esperé. Y esperé. Y vino Tom (estaba haciendo de las suyas en su carpintería) y tomamos unos mates y le dije “no viene nadie” y me dijo “no creo que venga nadie”. Y me frustré un poco, pero no bajé los brazos. Tom agregó: “es importante que lo hagas igual. Quizás la próxima en el pueblo – llegar acá no es exactamente fácil”. Y no. Seguí tejiendo. Llegó una camioneta, me puse feliz, me preparé para recibir a alguien que no conocía y todo. Cuando volví a mirar, la camioneta estaba dando la vuelta y yéndose al pueblo. Zaz, dije, de tanto pastizal no se ve nada y se pensó que la feria está suspendida o algo. Le conté a Tom. “Armemos un cartel.” Buen plan: “Feria de libros --->” y fuimos a colgarlo. En eso nos encontramos con los nuevos vecinos, unos italianos buena onda que están encontrando su destino en Trevelin (ese je ne sais quoi que tiene este lugar, vio?) y nos pusimos a charlar, y nos invitaron a tomar mate y dijimos “y dale, si no va a venir nadie”. Mate va, mate viene, que Milán, que Argentina, que Ajo y Paprika y de repente me pongo las pilas y escucho que pasa un auto por la puerta. Miro a Tom: “llegó alguien”. Salgo, miro a lo lejos (nuestra casa no es exactamente cerca de la casa del vecino – las distancias que se manejan en la Patagonia son extensas por decir algo) y veo que ya había un auto y estaba llegando el segundo. Ah buah, pensé, estoy quedando para la mona con mis queridos lectores. Y ahí me puse a correr como loca desesperada, no sea que se aburran y se vayan los tres escasos interesados del pueblo…
Llego, ahí están Paz y Fer, Lino y Coral. Llegando: Simón y Lucía, Fran y Lola. Dos hermosas familias con avidez. Les digo: “disculpen, venía lenta la cosa y me fui a tomar mates con los vecinos.” Paz me dice: “Ah, pensábamos que son tan hippies y confianzudos que era auto-service" y después, reafirmó lo que veníamos pensando: "Es importante que lo hagas. La próxima te ofrezco mi casa para una venta de libros”. Y ahí se agarró el Vinicius de Moraes. Y Fer se puso a buscar y se agarró un Plante. Y Lino se copó con otro Pinzón. Y la familia de Simón y Lucía y Lola y Fran se llevaron a Rosa-Luna y los lobos. Pero la cosa no fue tan llana: en eso llegó Tom con los italianos y la canadienses y se pusieron a ver los libros y una cosa llevó a otra, que si el pasto largo, que la canchita, que los arcos, “uh, yo tengo pelota” y arrancó el partido. Así nomás, como quien no quiere la cosa, la feria del libro devino partido de futbol en un atardecer patagónico. Imprevisibilidades de la zona, será.  










y acá van unas del lago, para que vean que acá la vida es amable: