lunes, 26 de mayo de 2014

23 de mayo: código de convivencia con un zorro hambriento



En invierno, no dejar a las gallinas sueltas mientras no haya gente en casa.

Y al zorro le decimos: no vivir cerca de nacidos y criados de la zona (te sacan el cuero (literal) en cuanto te ven asomar el hocico).

QEPD, lindo zorro vecino.

-------------------------------------------***------------------------------------

pd no todo es muerte y tristeza: Tomi consiguió un tractor para disquear la tierra que pronto estará cubierta de frambuesas ñam ñam ñam (ya voy pasando el aviso: ¡¡en enero se buscan voluntarios para venir a cosechar!!) 





¡Y tenemos nuestro propio tractorcito! Gracias pá por la movida: nuestro tractor del ´49 es como un modelo sacado de los autos locos!








18 de mayo: Pasar una noche sola




Para Tomi es moneda corriente: Clari viaja por esto o lo otro – y él ya sabe bien de qué se trata esto de quedarte solo. Desde la ciudad, el estar solo es engañoso: sí, estás solo en tu casa, pero tenés al vecino a dos pasos de tu puerta, con una sola pared o medianera de distancia. Y tenés Internet, tenés tele, tenés teléfono. Acá tengo mi teléfono, tengo un proyector y pelis, ponele que algún mail me cae de vez en cuando, pero la casa es bastante aislada. Estamos a 5 minutos del pueblo en auto, pero no hay ni una lucecita en el camino, nada. Y de vecinos que habitan sus casas: por ahora sólo es Manuel.
Entonces: Tom se va de joda a la despedida de soltero de Fede y Clari se queda en casa. Interesante, desafiante. Lo primero que me pasó por la cabeza: el miedo absolutamente irracional que teníamos las primeras semanas que vivíamos acá. Cualquier ruido, cualquier luz desconocida, todo era motivo de pánico. Levantarse de la cama, espiar entre las cortinas, salir a dar una vuelta a la casa. En ese momento no sé qué hubiera hecho: ¿hotel? Colo y Eli todavía no estaban acá… en fin. Otras épocas. Decía: ayer Tom partió temprano y con Ajo arrancamos el día con las actividades que a diario compartimos con Tom: abrirle a las gallinas, alimentar la horda de gatos (sí, ya es una horda), chequear que el nylon esté tapando bien las maderas porque está lluvioso, cosechar repollitos de Bruselas y alguna lechuga para el almuerzo. Osea, el día, como cualquier otro. Mientras cae la tarde se empieza sentir otra cosa porque la dinámica de a dos se vuelve la dinámica de uno con un perro y muchos gatos. Y es bien distinta. Y es raro, más allá de estar acá en el medio de la nada: vivir un día sin el otro y tomar conciencia de todos los años que uno pasa con otro y se van tejiendo esas dinámicas en las cuales nos apoyamos sin darnos cuenta, hasta que esa dinámica vuelve a ser de uno solo. Interesting.
Más allá de esas valoraciones abstractas, sentimentales y sentidas, cae la noche. Como siempre, corro las cortinas (esta vez no dejo ni una abierta), tejo, escucho música. Cuando todos los gatos comieron, cierro con llave (tip que me dio Tom para tener la conciencia 100% tranquila). Preparo los ingredientes para la salsita de la pasta que voy a cenar más tarde (sí, gente, me hago fideos cuando Tom no está – yo no soy la gastronómica en esta pareja). Busco entre las pelis a ver cuál voy a ver. Mejor una serie, me clavo una temporada completa (con Tom no puedo hacer eso porque tiene un límite su espalda, tres capítulos, y si está super mega enganchado, a veces cuatro). Veo el capítulo 1 de la temporada 1. Ya está, los yankis nos tienen a todos bien estudiados y saben exactamente qué hacer para generarnos dependencias y adicciones. Voy a cocinar, veo a mis gatitas que miran muy atentamente algo en la oscuridad, me limo un toque, trato de ver qué es lo que ven – pero todos sabemos que los gatos ven cosas que nosotros no. Sin engancharme mucho de ese pensamiento fantasmagórico que no conduce a nada positivo en mi supervivencia de una noche sola, me sirvo una copa de vino y me pongo a ver el capítulo 2. Y así va pasando la noche, y se va levantando el viento, y me acuerdo cuando el viento nos daba miedo porque mueve cosas que hay afuera que hacen ruidos desconocidos. No siento miedo. Pero, debo confesarlo, decido no salir con Ajo a hacer pis. Que se aguante hasta la mañana – al fin y al cabo entró como a las 19. Termina la temporada 1 (estuve a esto de empezar a la 2 – me dejaron así, desesperada por saber qué va a pasar – pero me contuve, decidí no entregarme a la adicción), pongo a Ajo a dormir, me lavo los dientes, me meto en la cama y me acuesto bien en el medio, con todas las almohadas y leo un buen rato. Después apago la luz y duermo en diagonal (Tom siempre lo hace, me dice que lo hace, por lo menos siempre la noche antes de que yo vuelva, “para aprovechar”. Que se sepa: nuestra cama es petit). Y duermo duermo duermo hasta que Stroi me despierta porque quiere salir a hacer pis. Lo saco, sigo durmiendo. Y me despierto al mediodía. Bien, sobreviví lo más bien. Me siento valiente, independiente y enamorada. Buen status, pienso, y abro todas las cortinas.


Ahí van algunas de la compañía omnipresente:










domingo, 4 de mayo de 2014

1 de mayo: El dipló dice que somos neo-rurales


 
Hace unos días ya vengo queriendo escribir sobre la nota que salió en Le monde diplomatique de abril: “La clase media vuelve al campo”.
Alguna vez todos experimentamos eso de estar leyendo o escuchando algo y pensar: están hablando de mi.
O, parecido: uy, qué garrón, ese soy yo.
Bueno, eso pasó con el artículo. Y no es todo flores y autobombo...
Me remito al artículo: voy a dejar que algunos párrafos hablen por sí solos.

“Los que vienen. Vienen jóvenes, adultos jóvenes, maduros, jubilados; vienen solos, en pareja, divorciados, con hijos, sin hijos, con hijos por venir. No vienen a buscar “mejores condiciones económicas”; no buscan “trabajo”; vienen por un modo de vida distinto, que consiste en desandar el camino de la modernidad: dejar la ciudad para irse al campo, lugar de “mejores oportunidades” ya no estrictamente económicas sino esencialmente vitales. Gente que no quiere progreso –se saturó de sus secuelas o de buscarlo sin éxito- sino regreso.”

“El paraguas del neo-ruralismo cordobés –y seguramente también el de otros destinos- abriga un auténtico crisol sociocultural. Están los que vinieron en una huida conservadora del sí, para quienes el “es otra calidad de vida…” del interior se condensa en vivencias como “dejar el auto con la llave puesta”, “criar a tus hijos sin miedo”, “poder dormir tranquilo”; es el tipo de migrante que puede precisar el episodio de inseguridad que lo habría decidido a irse. Están los que vinieron en la apuesta por construir una vida simple, conectada con prácticas y valores que el complejo citadino-capitalista nos hizo desconocer. De corte progresista –en sus cortes liberal, izquierdista, ecologista, anarquista-, esta gente encuentra en las actividades de campo (y de modo general en el desarrollo de todo tipo de home-made) la posibilidad de constituir una economía auto-suficiente, libre de consumo y consumismo. Unos y otros suelen combinar faenas campesinas con otras ocupaciones profesionales (vienen profesores, técnicos, licenciados), de oficio (vienen carpinteros, tapiceros, artesanos), o comerciales (los que montan un emprendimiento productivo, una casita de alquiler de temporada, o un puesto estable en las ferias de artesanías).”

“El lugareño considera jipis a personas que no se considerarían hippies a sí mismas –siempre hay alguien más hippie que uno-, ni tampoco serían consideradas hippies por quienes sí se consideran tales.”

“…la migración neo-rural proviene de una multiplicidad porosa de clases medias –medias chetas, medias plebeyas, medias metropolitanas, suburbanas y provincianas-, pero es decisivamente blanca. Cualquier reunión jipi puede distinguirse a lo lejos: mucho niño rubio junto.”

“El neo-rural tiene “conciencia social” –no es facho, es progre, y de hecho apuesta, con su forma de vida, a una transformación propiamente colectiva-, pero la filosofía práctica de sus actos cotidianos –“Es una cuestión de energía”, profesa- es la del self-made man que no le debe nada a nadie: ni a su pasado, ni a sus padres, ni a su clase.”

“El migrante promedio vive en un operación de rescate de lo que se perdió o está por perderse. Recupera viejos usos y costumbres, lenguajes de otros tiempos; lo enorgullece ver al puestero bajando a caballo; lo fastidia el rugir de impune de la moto de los pibes. Concurre optimista a la peña folklórica si come carne se permite un choripán; aprovecha la pista para bailarse una chacarera; se retira a dormir cuando el predio explota…”

“El jipi lamenta que el paisano prefiera emplearse en la construcción a continuar con sus actividades de campo; sobre todo lamenta que siga vendiendo tierra. Al paisano, mientras tanto, los miedos del nuevo vecino le resultan desproporcionados: “Un loteo para un complejo de cincuenta cabañas ¿cuál es el problema?”, se pregunta. Me decía una vez un vecino nacido y criado, antaño recolector de yuyos, hoy un ayudante de albañil: -La otra vuelta escuché al Ernesto decir que estaba preocupado porque en la sierra estaban vendiendo todo… Pero resulta que cuando él compró no estaba preocupado… Todos quieren comprar y ser los últimos en comprar. Qué vivos…”
por Julieta Quirós.

Y buá, parece que nos sacaron la ficha.
Intentaremos seguir siendo creativos,
nosotros,
lo neo-rurales (¡jipis!)


 (y todos sus secuaces):


El primer cemento:

  

El primer milcao (después de la cosecha de papa...):
 






 Paseo por Chile con los pambochs:


 Los neo rurales dicen "hasta la próxima"!