Más bien se acerca el invierno
(¡el tercero!), el frío se empieza a sentir, pero sobre todo cae la lluvia. En
otoño, cae la lluvia, señoras y señores. Cae por la noche, cae por la mañana,
cae por la tarde y sin dudas sigue cayendo por la noche. Y así se ve acumulando
– porque si bien fue un verano sequísimo, bueno, ponele que los primeros 100 mm
se absorven rapidito, pero después, si te llueve una semana non-stop, se
encharca la cosa. De hecho, creo que nunca nos había pasado aun: todos los
senderos (el que va al gallinero, el que va a la huerta o a las frambus) están
inundados. Así que a sacar las botas de goma (esas que van hasta la rodilla) y
a chapotear. Las visitas y la salida al mundo “exterior” (dícese de ir al
pueblo), complicadas: no sólo hay acumulación de agua sino que se estaría formando
un nuevo lago en el callejón que llega a casa. Bien. Estaríamos barajando la
idea, pues, de comprar un barquito a remo entre los vecinos, para ir y venir.
Lindo va a ser cruzar en barco mientras llueve.
Así andamos. Las gallinas,
rebeldes, no ponen huevos. Streusel no aparece (se sabe que a Streusel no le
copa la lluvia y se ofende cuando no lo dejamos entrar en casa mientras llueve)
y las lagunas están llenas de garzas. Hoy vimos una vaca muerta: era como si se
hubiera muerto parada porque estaba caida de costado, pero las patitas estaban
derechas y duritas. Pobre. Parece que cuando llueve mucho les agarra la “mancha”: un hongo o algo así que está en el pasto. Y se mueren de un
infarto. Paradas. En fin.
Estamos ejercitando el manejo de
la ansiedad porque andá a hacer algo afuera con este clima. Así que mucha
mermelada de membrillo, mucho licor, tarta de manzana, en fin, la buena vida indoors.
No tengo fotos de la lluvia. Ejerciten la imaginación.